Con esta palabra nuestra columnista invitada Diana Jaramillo resume el conflicto armado en Colombia. Dice que la corrupción es la principal causa.
Este proceso ha sido reducido a un conflicto de poderes (Uribe – Santos – Grupos al margen de la ley), lo cual es vergonzoso. Si los muertos que ha dejado la guerra durante los últimos 50 años pudieran levantarse y hablar, mucho antes se hubiese establecido una paz duradera.
Se pierde de vista lo realmente importante. Las problemáticas no se encuentran en las sillas de los comisionados, ni en los escritorios de las ciudades capitales. Hay que untarse de campo, recorrer las trochas de los municipios apartados, establecerse en los pueblos que han sido arrebatados del sentimiento de comunidad.
Se distraen, y distraen a la población civil, en discusiones inocuas que no son propias de hombres con un gran sentido de lo moral. Mientras se pelean por los juguetes y la paleta, las comunidades, sin la presencia del Estado para proteger sus intereses, entierran sus muertos. A esto se suma la pérdida del terruño y la esperanza por un presente digno de ser vivido
El fantasma de la muerte ha dejado de ser fantasma. Habita concienzudamente todos los espacios del territorio sin restricciones y la mayoría de colombianos desconocen que esto es así. Una realidad espantosa para quienes habitan en zonas apartadas de los núcleos poblacionales y conviven a diario con el miedo, la zozobra, y la imposibilidad de transformar los contagios de injusticia y arbitrariedad que deben enfrentar.
Ellos, todos, constituyen un brazo que no es armado. Allí no hay palabras, la ley no les protege. El principal habitante es el silencio, independientemente del grupo armado al margen de la ley. La incoherencia es desbordante y mentirosa. El nivel de corrupción deja solo y atado al ciudadano común, incluso a algunos hombres y mujeres que representan la ley, pues la propia vida, y la de los suyos, está expuesta frente a cualquier decisión que implique verdadera justicia.
Ante las armas, las palabras son inútiles. Adicionalmente, una comunidad ignorante y desarticulada piensa que una decisión transitoria es conveniente, desconociendo las consecuencias a mediano y largo plazo, y mientras tales decisiones no le toquen directamente.
Esto es más que una mesa de diálogo, es una necesidad imperiosa de purificar las instituciones que deben administrar justicia. Es insertarse en la administración de los municipios, y velar porque los programas y recursos lleguen a quienes lo necesitan
En los espacios geográficos alejados de los centros demográficos, la constitución es casi inexistente. El lugareño tiene tres patronos distintos al Estado, los tres ejerciendo el poder y la violencia. Y, obviamente, sin algún interés que le ligue a cualquiera de estos. Su único y real interés es proteger la vida y poder trabajar la tierra para la subsistencia, desplazarse por su campo de acción en tranquilidad.
Muchos se ven obligados a traficar con su conciencia para proteger a los suyos. Entonces el ejercicio de la doble moral se ha instalado irremediablemente en el corazón de muchos colombianos y ¿cómo culparles? El ciudadano está solo y desprotegido, ni siquiera cuenta con su vecino.
El país ha naturalizado la guerra, algunos sectores de la población han aceptado los grupos violentos como una salida a conflictos con antelación desbordados, tornando el flagelo imparable. Ninguno quiere renunciar a lo que ha obtenido con ese cuarto de hora de poder obtenido.
El desconocimiento del proceder de cualquiera de estos grupos, y las consecuencias, divide a la población en general. Los medios de comunicación cumplen con su parte, mostrar un grano de arroz desconociendo la plantación completa. Cuando saben que el colombiano corriente, que no accede juiciosamente a centros de formación y no lee, es educado y entrenado por y para ellos
Entonces, la percepción del conflicto se pierde entre los goles de James, la vida privada de Gina Parodi y, en últimas, las mayorías desconocen la rudeza y tragedia que encarna un conflicto que debe terminar por el bienestar de todos.
Claro que somos capaces de vernos con nuevos ojos, desde una verdadera contrición de corazón de parte de los victimarios y un acto de grandeza de parte de las víctimas, a las que obviamente les resulta difícil perdonar o ¿a quién le interesa estar en su lugar?: a nadie. Este ambiente es destructivo desde todo punto de vista. Sin embargo, ¿es superior el interés de repetir sistemáticamente Bogotazos cuyos testigos son las tres cordilleras y el suelo y subsuelo del territorio?
Más profundo y peligroso que el mismo conflicto armado es el cambio de mentalidad dejada a partir de los años 40, enriquecida en los 80 y enaltecida en los 90. El dinero fácil y el todo vale, son hoy las columnas que sostienen el conflicto. En donde es importante la confusión, la falta de sentido de pertenencia, el caos administrativo para establecerse con mayor rigor y justificar las presencias de poder paralelas a la constitucionalidad.
La corrupción es la madre del conflicto. Los municipios son unos enfermos terminales y la población civil está sumergida y dividida entre la indiferencia, ejerciendo la corrupción o atada al miedo y al desconocimiento del por qué de los actos de barbarie.