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La pandemia devela los problemas profundos de nuestro país

Gustavo Rodrigo Mejía Rangel, docente del Dpto. de Contaduría Pública, realiza una reflexión transversal de los problemas de raíz que la pandemia ha revelado en Colombia.

La pandemia devela los problemas profundos de nuestro país

Esta ha sido una pandemia de las que no aparecían desde hace más de un siglo y desnudó en Colombia la pobreza de nuestras gentes. Además, muestra todos los días la fuerza destructora de la corrupción, el endeudamiento sin fin del país, la baja capacidad de nuestra estructura en salud, los problemas originados por el narcotráfico y la inseguridad creciente en nuestros campos y ciudades.

La pandemia muestra, también, que el país está lleno de políticos dedicados a satisfacer su ego, a obrar para su beneficio personal; son narcisistas, inteligentes, carismáticos, pero en el fondo son populistas que buscan aumentar su caudal electoral y se olvidan de gobernar y administrar los recursos para la población en general, que está bajo su responsabilidad.

Por supuesto, ellos tendrán que tomar decisiones vitales, en cada caso, para no dejar morir a sus conciudadanos por el virus o por hambre, pero tampoco se trata de dejar perecer el sector empresarial, que es el que otorga el empleo e impulsa la economía de la nación. Asimismo, es urgente no dejar quebrar al Estado.

China aún no asume su responsabilidad por permitir la salida del virus de sus fronteras, sin prevenir a la comunidad internacional, pero pareciera que nuestros representantes al Congreso tampoco lo hacen, y usan los medios de comunicación y los recintos institucionales para “sacarse los cueros al sol”. Buscan siempre criticar, pero legislan muy poco y con poca eficacia. Y a pesar de que el país tiene gran cantidad de leyes, muchas de ellas no se usan o se contradicen entre sí.

La justicia funciona muy mal y convirtió a los agentes del orden en cómicos que detienen al delincuente para que se lo suelte al rato. Los colombianos estamos asediados por el narcotráfico, que se convirtió en un producto multinacional, y hacemos muchos sacrificios para frenar su producción, pero los países consumidores no frenan la expansión de su uso y comercialización.

Ante la pereza del legislador, los delitos de todo tipo crecen por falta de rigor (endurecimiento) e investigación profunda, lo que lleva a muchos inocentes a las cárceles y deja a los grandes y curtidos delincuentes en las calles. Pero los legisladores trabajan por cortos periodos, protegen su salud a través de la virtualidad y ganan más de $ 32 millones mensuales, más beneficios suntuosos; costos muy altos para una sociedad pobre como la nuestra.

Por su lado, algunos negocios cierran para siempre y detienen su funcionamiento, otros empiezan a trabajar con el 25 % de sus empleados, quienes, en la mayoría de los casos, laboran desafiando los peligros del contagio, ganan menos de 2 millones por mes y son contratados para convertir sus lugares de trabajo en plantas de producción que aseguren su subsistencia familiar, ayuden al despegue de la economía y al beneficio de la población.

Pero si ellos convirtieran sus lugares de operación en espacios de guerras verbales o de acusaciones personales serían retirados por irrespetar a la organización y a sus compañeros. ¿Será que los senadores y políticos también podrían tener estas limitaciones? El pueblo colombiano necesita respeto y dedicación en el trabajo, para lo demás, que vayan a resolverlo con los jueces…

Durante este tiempo se han guardado los niños, los jóvenes y los estudiantes, en general. Y las instituciones de educación en todos los niveles, con sus docentes, debieron reinventarse sin un plan elaborado para transmitir el conocimiento en sus clases por medios electrónicos, con todos los inconvenientes técnicos de conexión y la falta de computadores. Esto ha mostrado que el Estado debe ampliar la cobertura de la comunicación digital en todo el territorio, para que favorezca, ojalá, a la totalidad de los estudiantes, profesores, instituciones y la población en general.

El confinamiento nos muestra que los seres humanos no somos tan poderosos como lo creíamos, nos hace pensar en los grandes líderes que estuvieron privados de la libertad por largos periodos, pone a prueba nuestra religiosidad —que incluye todas las razas y creencias— y nuestro espíritu para mantenernos en casa, sin que maltratemos a las mujeres de nuestro entorno y, menos, que abusemos de los niños.

La clase media baja se fue, en gran parte, al abismo de la pobreza, que aumentó del 30 % hasta cerca del 60 %. Nuevamente, la nación se endeudó mucho más, se gastaron algunas reservas, se perdieron muchas pymes y grandes empresas, el desempleo aumento a 5.4 millones de personas, aptas para laborar (sin contar con los más de 2.5 millones de trabajadores informales).

¿Será que existe el riesgo de que esta población ingrese en la delincuencia, teniendo en cuenta que por cada desempleado quedan sin subsistencia dos personas o más? Para un país como Colombia es muy malo tener un desempleo tan alto, ya que solo somos 50 millones de habitantes, incluyendo, en gran parte, a los inmigrantes.

Al bajar los precios, el país perdió en la guerra del petróleo de Rusia y Arabia Saudita, poderosos productores, por la gran sobreoferta y la disminución de la demanda, ya que los que consumen el petróleo, en sus varias formas, son los vehículos de transporte terrestre, aéreo o naval, los cuales están en los depósitos, en su gran mayoría.

Además, el petróleo ha sido remplazado por formas de energía como el biodiesel, la energía solar, entre otras. Esta falta de consumidores bajó, en principio, el precio del petróleo de 110 dólares a 70 y, luego, a 20 dólares; es decir, bajo 90 dólares por barril. Con una producción cercana a 800.000 barriles diarios, esta situación le causó a Colombia pérdidas bastante importantes.

Como consecuencia de dejar de recibir esos dólares diarios del petróleo —sumado al precio de las remesas del extranjero, que también constituían un gran valor y ayudaban al mantenimiento de personas y a la economía de consumo de muchos hogares—, disminuyó el flujo de dólares de inversiones extranjeras, lo que originó que estos se hicieran escasos.

Ante la necesidad de nuestra pequeña industria de importar materias primas y de pagar el endeudamiento en el exterior, la oferta de dólares no alcanzó y aumentó el precio de la divisa, haciendo que la producción con materia prima importada incrementara los costos y sus precios, pero aumentó también la deuda del país, o privada, al tener que pagar más pesos por dólar.

Aunque el precio alto del dólar favoreció a los exportadores, a este sector económico no le fue posible aprovechar plenamente la oportunidad por las restricciones de fronteras aduaneras, portuarias, sanitarias y aeroportuarias en todos los países del mundo.

Así las cosas, por la pandemia ahora será muy difícil conseguir, como antes, la cooperación internacional, pues Estados Unidos o los países de Europa ya no son ejemplos de estabilidad, y ahora entramos en un periodo de austeridad global.

Será difícil recuperar el mismo ritmo económico y social que traía Colombia y se hace necesario evaluar todas las oportunidades de globalización que podamos conseguir, porque sería difícil separarnos y convertirnos en una aldea única, proteccionista y autosuficiente, aunque tendremos que negociar en favor de nuestros pocos productos manufacturados, agrícolas y extraídos de nuestras tierras.

Ahora, después de salir de la crisis, será necesario que la población nacional y mundial se acuerde de su salud y dedique más tiempo a combatir las llamadas enfermedades crónicas y huérfanas. La medicina preventiva será una prioridad y debe incluir la preparación para futuras pandemias y para subsistir ante enfermedades aún sin cura.

Además, debemos pensar en nuestros diezmados pueblos indígenas, para que vivan mucho mejor, pero manteniendo y protegiendo sus formas culturales y de vida, pues son nuestros hermanos mayores y nuestros orgullosos linajes no nos permiten desconocer que descendemos de ellos.

Seguramente si nos dedicamos a controlar la economía especulativa y subterránea en que vivimos, podamos controlar las ganancias, los precios, los impuestos y la evasión. Castiguemos con dureza la corrupción.

Podemos y debemos mejorar el sueldo mínimo, porque no alcanza ni para comprar los bienes de subsistencia, mientras que otros aventajados ganan sumas mensuales que no alcanzan a gastar y les queda el resto para su ahorro o para crear riquezas adicionales. ¿Esta labor de control será una tarea de nuestros políticos o de quién?

En cuanto a la protección ambiental, nos entristece cómo se deteriora nuestro planeta, pero no se legisla con eficacia sobre el tema. Por ejemplo, ¿qué hacer con los plásticos? Llenan nuestros ríos, mares, veredas, carreteras, negocios, etc. Matan ganados, animales silvestres, animales del mar o de los ríos. ¿Qué hacer? ¿Será que se puede determinar su quema o destrucción? Porque el plástico dura siglos para desintegrarse. ¿Es otra tarea para los políticos dirigentes de varios partidos o tendencias? Pero ellos no tienen tiempo para estos temas.

También debemos preguntarnos por el gasto de nuestro adorado país en medio de la pandemia, que supera ahora los 27 billones. Sin embargo, algunos impuestos se han rebajado, la productividad bajó en un rango superior al 6 %, el déficit presupuestal es ahora bastante alto, el endeudamiento es alto también, el recaudo de los impuestos se redujo. ¿Será posible que los diferentes sectores políticos de izquierda, derecha o de centro puedan hacer un acuerdo para salvar y recuperar las finanzas del Estado y llevarlas de nuevo a retomar el ritmo que traían para el 2021?

El presupuesto nacional no se equilibra ganando la lotería. Tendrá que pensarse en privatizaciones y el Estado, posiblemente, tenga que vender las acciones que posee en empresas emblemáticas, que hoy le producen una rentabilidad, o tendrá que disminuir el gasto público, lo que implica reducir los gastos de personal (aumentando el desempleo), los gastos de sectores importantes o de atención a la población y hasta los servicios sociales. El Estado tendrá que hacer una nueva reforma tributaria o frenar las inversiones en obras de importancia económica y social.

En conclusión, necesitamos el concurso de nuestros gobernantes, legislativos, ejecutivos y judiciales, para que laboren en conjunto y trabajen para Colombia.

La población entiende que todos ellos seducen para hacerse elegir por su propio beneficio y no para servir a los ideales patrióticos; pero, como en todas las latitudes del mundo, ya los votantes estamos inconformes y creemos que debemos hacer una renovación de la clase política tradicional y antigua sin distingo de tendencias, partidos o ideologías. Y no debemos permitir que compren nuestra conciencia al votar a cambio de un tamal, una cerveza o un discurso sin sustento. Qué vergüenza.

 

Gustavo Rodrigo Mejía Rangel
Asesor empresarial y docente
Bogotá, D. C., 07 de de agosto de 2020
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Última actualización: 2020-08-10 07:07