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Palabras de motivación frente al futuro

Luis Carlos Arango Vélez, director de Colsubsidio, dirigió palabras inspiradoras a los recién egresados de la Institución.

Luis Carlos Arango
 

Noticentral reproduce el discurso que ofreció a los graduandos el Dr. Arango a los graduandos unicentralistas.

Cuando sabemos que un niño viene al mundo, o que se está creando una empresa, iniciando una obra, los sentimientos y la razón se llenan de interrogantes. ¿Qué será de la nueva criatura?, ¿tendremos como individuos y como sociedad, el suficiente músculo emocional, intelectual, lógico y financiero para sacarla adelante?

¿Estamos dispuestos a rodearla y dirigirla, con ética, con respeto por la vida, con honestidad de pensamiento, esmero y acción? y la respuesta no puede ser otra que sí. Un sí definitivo, valiente y comprometido. Un sí que justifique los años que nosotros, nuestras familias y nuestro país, le han dedicado a hacer de nosotros, lo que somos y lo que potencialmente, podemos llegar a ser.

Cuando ustedes salgan por esa puerta con su diploma en la mano; cuando hayan recibido los abrazos de felicitación y se hayan tomado las fotografías de rigor; después, cuando haya pasado la celebración, llegará la hora de mirarse en su propio espejo, ése tan personal e intransferible que mira hacia adentro, y sabrán la dimensión de la responsabilidad que les atañe. Una responsabilidad emocionante y retadora; compleja, y por ello fascinante.

Ustedes abrirán caminos, trazarán derroteros, serán los constructores de una sociedad que pide con urgencia conductas decentes, valerosas y creativas; actuaciones honorables que honren las relaciones de confianza; que no le teman a romper paradigmas, pero que no le huyan a la historia; que no se dejen intimidar ni por las amenazas ni por la mediocridad; que no caigan en la línea de menor resistencia, ni en la resignación, ni en la cobardía personal o profesional.

Ser un profesional íntegro, implica muchas cosas, y todas exigen pulcritud, inteligencia y entereza: convertir la profesión en una digna posibilidad de empleo para miles de ciudadanos; hacer que ella sea un artífice directo del desarrollo, de la competitividad, y del ascendente social; consolidar la confianza de los nacionales y extranjeros en el país, y de los colombianos en nosotros mismos; trabajar, con todas las fuerzas, por una sociedad limpia, moderna y respetuosa de las personas, del medio ambiente y de los principios éticos e institucionales. Todo eso conlleva, apreciados graduados, un privilegio. Si, un privilegio, pero: exigente, serio y maravilloso.

El momento de verdad de cuanto aprendieron en las aulas de este claustro y en las empresas que los acogieron durante sus tiempos de práctica, comienza con la primera decisión que tomen de aquí en adelante; cuando estén inmersos en el sector productivo y profesional al que le dedicarán su fuerza de voluntad, sus conocimientos y empeños.

Cuando los desvele la búsqueda de esa fórmula anhelada que les permita integrar rentabilidad social y rentabilidad financiera, para no sentir que traicionan ni los ideales de un país que los necesita, ni la viabilidad de su empresa o profesión.

El momento de verdad lo tendrán en sus manos, bien cuando uno de sus trabajadores más humildes les pida que lo escuchen y le aconsejen; bien cuando estén presentando un detallado informe técnico, estructural, financiero ante su junta directiva; o cuando lleguen a sus hogares, y con una mezcla de orgullo y humildad, les puedan contar a sus hijos, que en medio del trabajo cumplido, tuvieron tiempo para la generosidad, la empatía el país y la profesión.

Los momentos de verdad no tienen estratos ni rangos. Es la sumatoria de cada uno de ellos, lo que hará de ustedes unos profesionales únicos e irrepetibles; unos seres humanos, en el sentido literal de la expresión.

Cada vez que firmen un documento, que den su palabra o estrechen la mano de un amigo, de un contendor o de un colega, ahí habrá un momento de verdad, una prueba, una opción de mostrar no lo que tienen, sino lo que en verdad son.

Las utilidades son importantes, y el espíritu ganador marca diferencias. Pero ¡ojo! No pierdan de vista los límites. Recuerden que nada vale una traición, el incumplimiento de una promesa o la falsedad de un testimonio. Crezcan como personas y como profesionales, a ritmos pujantes y decididos, pero sin sacrificar por ello -jamás- los valores éticos que distinguen a los hombres de bien, de los náufragos de la conciencia.

Sus talleres, oficinas, industrias o empresas, podrán cambiar de lugar, de paredes y ladrillos; podrán cambiar sus presupuestos, sus modelos de reingeniería y su ranking en el sector. Pero en medio de los cambios -vertiginosos, obligados o buscados- hay algo que siempre deberá permanecer en pie: El respeto por la vida y por la dignidad humana. Es decir, por la transparencia, por la decencia, por la ética, por la sociedad y por la comprensión del bienestar colectivo.

No permitan que se apague nunca esa llama necesaria de rebeldía, tan propia de la juventud... Pero dosifíquenla; ténganla para cuando realmente se necesite; no la malgasten en impulsos superfluos, porque es importante que cuando realmente se requiera, esté robusta y tenga credibilidad.

Dentro de pocos años, casi todos ustedes serán gerentes, presidentes, directivos o propietarios de empresas que estarán marcando el rumbo de nuestro país. Háganlo bien. Háganlo con sinceridad; honren su profesión, su escuela y sus familias. Honren la fe que sus padres y maestros depositaron en ustedes, y honren el amor de sus hijos. Háganlo no sólo por bondad sino por inteligencia: nada más rentable emocional, intelectual y económicamente hablando, que hacer las cosas bien hechas, desde el principio y con valor.

Y cuando se equivoquen -como todos nos equivocamos- tengan el coraje y la valentía de reconocerlo. Asuman sus equivocaciones; miren de frente al error, y sepan que nada los hará más superiores ante ustedes mismos y ante los demás, que aceptar una falta, y hacer hasta lo imposible por enmendarla. Pero enmendarla de frente, con las cartas sobre la mesa, como lo exige su condición, y la altura de la universidad que hoy los gradúa.

No claudiquen, ni se dejen conquistar por el escepticismo; témanle al fracaso, lo suficiente como para no bajar nunca la guardia, pero que el miedo jamás los paralice. Establezcan y consoliden relaciones de confianza. Nada, en el mundo personal y empresarial, vale tanto como la confianza. Cuídenla como un tesoro, porque recomponerla cuando se ha roto, es como intentar pegar una pieza de cristal.

Sientan que siempre algo bueno puede suceder, pero que de ustedes depende -en gran parte- que realmente suceda. No les de miedo abrir una ventana cuando les cierren una puerta, y dense permiso de pensar distinto, de ensayar diferentes caminos, de pedir ayuda, de admitir cuando tengan problemas. Nadie que de verdad valga la pena, los admirará menos o les perderá el respeto por el hecho de reconocer que no son infalibles ni omnipotentes.

Ustedes no tienen que ser los súper héroes del siglo XXI; concédanse el permiso de a veces estar tristes, de sentirse débiles o con temor. Pero tengan la entereza de reponerse, de ser mucho más fuertes que la adversidad, de aprender del error, y aceptar que no hay saberes únicos ni infalibles.

No pierdan la necesidad y el deseo de cultivarse, de reinvertarse, y descubrir. Conserven siempre la capacidad de sorprenderse, de conmoverse, de oír, de volverse a levantar cuantas veces sea necesario. No permitan que ningún entorno les quite el derecho y el deber de la imaginación, de la creatividad y la innovación.

Sean respetuosos de las normas y las leyes, pero no permitan que las mentes cuadriculadas los entierren vivos, ni que un Excel pueda más que sus ganas y su capacidad de mejorar el mundo.

No les dé ni pena ni miedo ser felices. La felicidad es saludable, es gratificante y es un maravilloso ingrediente a la hora de forjar ideas; un motor que todos deberíamos consolidar en nosotros mismos y en los demás. Intenten que siquiera uno de los productos que genere su empresa, se traduzca en felicidad, o por lo menos, la facilite.

Defiendan sus convicciones con argumentos, con una sana mezcla de inteligencia y pasión, espíritu y razón. Pero no les dé ni miedo ni vergüenza, reconocer cuando las ideas de otros, sean mejores que las suyas. No lamenten perder el protagonismo ante una construcción colectiva, porque de la vanidad no queda sino el cansancio. Lo que de verdad exige grandeza, es saber trabajar con otros y por otros, y que importe más el resultado que el autor.

Y si nuestro país está enfermo de exclusión e indiferencia, pues ustedes tienen en sus manos la oportunidad de oro, para cambiar las cosas. ¿Quién, más que ustedes, tienen las mejores herramientas para generar reales y efectivos escenarios de inclusión, trabajo y solidaridad?

Y cuando, dentro de algunos años, sean ustedes quienes estén en un atril semejante a éste, frente a un grupo de muchachos ávidos de ser y hacer, sabrán que el esfuerzo valió la pena. Que el futuro es un lugar a donde se debe llegar, con la responsabilidad de saber que uno ayudó a construirlo; y que ustedes mismos fueron capaces de administrar su primera gran empresa: su propia vida. Y a partir de ahí, levantaron con tesón y confianza, los andamios de un mundo más justo y más feliz.

 

Coordinación de Comunicaciones
Bogotá, D. C., 25 de febrero de 2016
Imágenes: Departamento de Comunicación y Publicaciones
Última actualización: 2019-03-14 10:49