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El olor del caos

La plaza de mercado del Restrepo es especial, porque recoge todo lo bueno y lo malo que tienen estos sitios, en donde el olor de comida y animales se mezcla sin pudor. Tres estudiantes buscan respuesta a la pregunta ¿quién se ocupa de estos sitios?

olor del caos

 

La virgen en un altar rodeada de veladoras, los guacales de fruta, los bultos de mazorca con sus respectivos gusanos. La tierra de la papa revuelta con la sangre de la carne y las escamas del pescado acompañan a la fauna que crece y se reproduce en una plaza que es un claro ejemplo de ilegalidad, corrupción, abandono y suciedad. La plaza del Restrepo en Bogotá huele a eso, a caos, un caos que no tiene límites y se nutre de la irresponsabilidad.

Las plazas de mercado surgieron hace más de 50 años para abastecer los barrios de la antigua Bogotá, y aún nuestras abuelas siguen llevando el carrito y comprando fresas, pollo, carne y ¿por qué no?, uno que otro perro, loro, gato o cacatúa en aquellas plazas que forman parte de la tradición gastronómica en Bogotá.

Estos establecimientos son controlados y supervisados por el IPES (Instituto para la Economía Social), "aunque a veces son incontrolables" explica John Erick, el encargado de gestionar proyectos para esta entidad. "Cada plaza es un mundo diferente. Nos toca controlar 19, no hay forma de verlas a todas igual". Es verdad, cada plaza encierra su magia, sus líos, sus demonios, sus chismes y sus agüeros. Cada una es popular por algo en particular, por su comida, sus artesanías, sus frutas o sus lechonas, y una muy peculiar por la venta incontrolada de animales domésticos y quizá también de animales exóticos.

El Restrepo es la plaza distrital más grande de Bogotá. El primer piso es una mezcla de maíz, tierra de papa, gajos de cebolla, pepas de mandarina, sangre de la carne y escamas de las mojarras. El segundo piso es un pequeño zoológico, donde se pueden conseguir desde palomas hasta pavos reales que abren sus plumas y despliegan una oleada de colores hermosos. Y tal vez, si indagamos un poco más, uno que otro mico del Amazonas.

Desde la escalera se siente el olor a granja, a pueblo, a vida y por supuesto a podredumbre. Una señora de contextura gruesa se acomoda en el primer escalón con su canasta a vender cuajada con melao, plátanos cocinados, cocadas, queso de hoja y otras delicias de nuestros campos; su figura se pierde poco a poco, pues la mirada se distrae ante ese desorden de colores que nadan discretos y coquetos en las peceras, unas con peces payaso y bailarinas; otras, con pequeños bagres de ojos gigantes, y otras...vacías. Los peces son solo una parte de toda esa fauna que desata su extravagancia en la capital.

Ellos abren el telón para darle entrada a una revolución de olores y sonidos que nos remontan a las imágenes de Los Pájaros de Hitchcock: cacatúas a la izquierda, mirlas a la derecha, gallinazos abajo, pavos reales arriba, palomas que respiran haciendo ruidos repulsivos, pájaros de colores que sacan sus ojos y sus plumas por las rejillas, gansos encerrados cuyos graznidos transmiten una sensación de angustia y para completar uno que otro loro. ¡Loros!, los mismos cuya caza fue declarada ilegal por la Constitución colombiana, por ser una especie en vía de extinción. Sin embargo allí están sin ningún cuidado y comercializados.

Los animales han sido utilizados por el ser humano como un recurso para su beneficio; nos alimentamos de la vaca, de los pescados, del marrano y "culturalmente" de los toros, y al mismo tiempo hacemos miembros de nuestros hogares a perros, conejos, gatos, pájaros y hasta a animales exóticos, pero ¿hasta dónde el ser humano tiene potestad sobre estos seres?

Por fortuna, hay personas que aman los animales y si la Constitución no los protege, se encargan de crear refugios, aprenden a vacunar y hasta escriben códigos en su defensa. Este es el caso de Alirio Pulido, quien creó en Ciudad Bolívar la Fundación La Huella Roja, que ha tomado como misión esterilizar la mayor cantidad de perritas posible para evitar la venta y abandono de cachorros en las calles. "Yo he escuchado de lo del Restrepo, pero nunca he querido ir. ¿Para qué? Es como ir a la selva, ver a los secuestrados y saber que uno no puede hacer nada" dice Alirio mientras sirve la comida a un beagle que encontró tirado en un CAI. Detrás de él hay un gato siamés y una "tacita de té" a la abandonaron por crecer y volverse chandita. Y un montón de perros que crecieron y "no sirven" más como mascotas.

El IPES no puede sacar los animales. "Eso no le corresponde a esta entidad, la encargada de supervisar ya asuntos de sanidad en las plazas es la Secretaría de Salud. En el momento en que ellos autoricen el desalojo de los animales y el cierre de esos locales nosotros podemos intervenir", advierte Claudia Quevedo, la encargada de medio ambiente del IPES.

Nos pusimos en contacto con la Secretaría de Salud, pero aún estamos esperando respuesta. La entidad se limitó a expresar que esa información es privada y que no se puede dar a medios de comunicación ya que no puede ser publicada. Mientras la Secretaría de Salud no se pronuncia sobre el tema y se justifica bajo la reserva de la información, los animales siguen tirados, abandonados, encerrados, exhibidos y las personas caminando en medio de ellos, mirándolos, admirándolos, negociando un cachorrito en 150 o 200 mil pesos, llevando un pavo real para su finca en 650 mil la pareja o comprando un loro caiquero en 50 mil. Los animales siguen chillando en la Plaza del Restrepo, mientras los visitantes disfrutan de un ceviche, una ensalada de frutas, un berraquillo o un coctel de ostras.

 

Angélica García, Melissa Valencia y Emilia González
Estudiantes de Comunicación Social y Periodismo
Bogotá, D. C., 12 de mayo de 2015
Imagen: Angélica García
Última actualización: 2019-03-20 16:16