Jackson Pollock: vivir en los límites del arte
Este 11 de agosto se cumplieron 69 años desde el fallecimiento del artista. En Noticentral, recordamos esta fecha y hacemos memoria de su obra y legado.

Pollock fotografiado por Hans Namuth (1949)
Dar la espalda a los valores tradicionales: eso es el arte moderno. Un desprecio por todo lo que luzca, suene y hieda a burguesía. Un fugarse de la civilización e ir en busca de otras respuestas, de una libertad sin restricciones. Bajo esta bandera, la de la evasión y la rebeldía, nació el pintor estadounidense Paul Jackson Pollock (1912-1956).
Aunque marcadas por los ires y venires de las mudanzas familiares, las complejas relaciones con sus padres y su prematuro acercamiento al alcohol, su niñez y juventud fueron vindicadas por un conocimiento temprano del arte y la pintura de su tiempo. Tomó pronto la decisión de convertirse en un artista. Asistió a la Escuela Superior de Bellas Artes en Los Ángeles, y después a la Art Students League en New York. Allí, abrazó las enseñanzas de muchos de sus maestros.
Primeras influencias
Sus primeras obras siguieron el estilo de su profesor Thomas Hart Benton: una pintura masculina, figurativa aún, afincada en las temáticas del Oeste americano, y de una plasticidad que recordaba “a una estructura de tendones y músculos”, como lo revela “Going West” (1934-1935).

“Going West” (1934-1935)
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A mediados de la década de los 30, Pollock conoció la obra de los muralistas mexicanos José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera, quienes fueron decisivos en su trayectoria. Buscaban soluciones ingeniosas al arte de su época. Siqueiros, por ejemplo, animó a sus estudiantes, entre los que se encontraba Pollock, a utilizar barnices, pinturas industriales, arena y otros materiales para dar vida a la superficie del cuadro. No era ajeno, además, al uso de salpicaduras y goteos de pintura como “accidentes controlados” en el proceso creativo.
Su técnica tuvo gran resonancia en la obra del pintor norteamericano. Sin embargo, la influencia más significativa de los muralistas sobre el joven Pollock fue que reconociera el mural como el arte del futuro, en lugar de la pintura de caballete.
Creación de una apuesta artística propia
La búsqueda de un lenguaje pictórico personal condujo a Pollock a la exploración incansable de las fronteras del arte. Conocedor de las teorías arquetípicas de Carl Gustav Jung, quiso desarrollar un arte inteligible universalmente. Vio en las manifestaciones artísticas de los indios americanos la expresión de motivaciones y miedos humanos primitivos e integró esto en su propia obra, sin dejar por ello de estudiar hasta la náusea a artistas como los pintores surrealistas o al mismísimo Picasso, a quien admiraba furiosamente y deseaba superar.
La década de 1940 significó para el artista el inicio de un camino de experimentación técnica y conceptual. Oscureció la interpretación de sus cuadros, sin llegar a la abstracción absoluta. Objetos reconocibles, figuras, quedaban sepultados bajo líneas, goteos y salpicaduras. Así, intentaba expresar el subconsciente de manera directa y “seguir el ritmo de la naturaleza”.

“Cathedral” (1947)
En el año 1945, Pollock se casó con la artista Lee Krasner y en 1946 se mudaron a Long Island. Acondicionó el granero de su casa como taller y fue allí donde empezó a utilizar y perfeccionar la técnica del dripping (chorreo) y del pouring (derramado): extendía sus lienzos en el suelo, para acceder a sus cuatro costados, y aplicaba la pintura con espátulas y palos.
Aunque el uso de esta técnica no era una novedad per se, dotó a las obras de Pollock de una radicalidad nunca antes vista. Radicalidad, que, por cierto, le valió muchas críticas y detractores. Sus obras, que adoptaron la abstracción gestual lineal y se desmarcaron del arte figurativo, fueron tachadas de explosiones accidentales, arbitrarias y carentes de significación. De una de sus obras más emblemáticas, “Cathedral” (1947), se dijo, en tono burlesco, que resultaba ser un diseño estupendo para el estampado de una corbata.
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Una obra de intensidad orgánica
Lo que muchos críticos no lograron entender es que todo en el arte de Jackson Pollock era intencional: era un maestro en la aplicación diferenciada del color, conocía al dedillo el grado de fluidez de la pintura y controlaba con precisión su movimiento. Sus cuadros eran manifestaciones de energía. Estaban henchidos de tensión y gravedad, y constituían un desafío al arte y a sus ideas preconcebidas.
Desde 1951 hasta la fecha de su muerte, en 1956, Pollock y su obra entraron en decadencia. El regreso al alcohol trajo consigo la reducción de su producción, el deterioro de su matrimonio, y un retroceso en su arte, reflejado en obras aisladas, que repetían exploraciones anteriores. Paradójicamente, mientras esto ocurría, su reputación pública se consolidaba.
Hoy, pasados casi 70 años desde su muerte, seguimos recordando su legado; el arrojo juvenil que lo llevó a construirse una identidad propia desde lo autóctono; su condición de “artista rebelde”, que bebió de muchas fuentes y buscó sobreponerse a todas ellas; y la furia de su vocación, que detonó la expresividad del color y se manifestó en la ininteligibilidad de trazos y formas dispares.
Jackson Pollock vivió en los límites del arte. En los márgenes de un tiempo que lo tildó de genio, pero también de fraude. Por eso, para muchos, sus lienzos no son más que accidentes con el aspecto de “macarrones con tomate”. Pese a la incomprensión, hubo quienes supieron ver en él a un hombre de visión. Como él mismo dijo, su obra no estaba habitada por el caos, sino por el sentido, por el control total, por la intensidad orgánica, por la profundidad óptica, y por una energía y movimiento incontenible, que solo un artista como él podía echar a andar.
Elizabeth Carrillo Bohórquez
Máster Central
Bogotá, D. C., 12 de agosto de 2025
Imágenes: Art Plastique & Appliqué, Smithsonian American Art Museum y Wikiart Visual Art Encyclopedia