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La última bomba

Bajo una leve lluvia y un sol picante, de esos que sabe personificar perfectamente Bogotá, el 23 de junio de 2016 empezó un nuevo capítulo en la historia de Colombia.

paz

 

Son las 7:00 de la mañana. Los habitantes de Bogotá se alistan para un día de trabajo como cualquier otro, con el sabor amargo de la derrota de la selección Colombia. Dentro de hora y media tendrán que estar parados en la estación para tomar el articulado que los llevará a su destino. Durante el viaje estresante y tortuoso en el transporte público, las caras de los usuarios dicen: “¡Cómo vamos a perder en 10 minutos!” “Es increíble que metan a Fabra”. Del otro lado del vagón, la voz ronca y aguardentosa de un señor de edad con boina verde, de esos cachacos de sepa, resonaba: “Parece que se olvidaran de la situación del país”.

Definitivamente, un día igual a los demás; pero algo distinto se notaba en el aire. Se percibía incertidumbre en unos, displicencia en otros e ilusión en los demás. “Pues claro, hoy van a firmar la paz”, resopló una voz en la estación de San Victorino, mientras todos se disponían a bajar del bus. A las nueve de la mañana, una mujer con uniforme de oficina se quejaba. A lo lejos se vislumbraba una pantalla gigante sobre la séptima con Jiménez. “Ahí fue donde mataron a Gaitán, ahí empezó la guerra. Mi papá me contó”, conversaban dos señoras agarradas de gancho mientras caminaban frente a la estación Museo del Oro cuando se dirigían, con un gesto de expectación, hacia la multitud.

Desde la calle 19 se veía el reloj del edificio de El Tiempo. Marcaba ya las 10:45 a.m. Gente presurosa se veía correr por toda la séptima hacia la Jiménez. “Parece que hay algo allá”, comentaban intrigados los transeúntes. Desde lejos se podían entrever globos y banderas y a uno de esos animadores de eventos, sí, como de los paseos de manilla fluorescente. 11:15 a.m. y la emoción empezaba a apoderarse de la gente en el lugar.

Se transmitía en vivo y en directo –en la misma esquina donde estalló el "bogotazo" con toda su violencia hace 68 años– la conversación en La Habana. “En donde se va firmar la paz”, dijo con tono esperanzado un joven con una camiseta de la Juco. “Parece que esta vez sí va a prosperar Colombia”, reflexionó una anciana con una camiseta de la Unión Patriótica.

“Hoy es el día, colombianos. Hoy es el día en que la paz empezará en Colombia. Luego de cinco décadas de conflicto, por fin se llegará a un acuerdo”, resonaba una voz en el altoparlante. Se veían medios de comunicación, gente feliz, gente con lágrimas en los ojos, personas que se abrazaban, gente que bailaba. Sonaba con estruendo “bomba, para bailar esto es una bomba”, de Azul Azul, un grupo cuyo nombre quizás nadie recordaba, pero todos sentían que era la única bomba que tenía que hacer estruendo en ese momento, un momento histórico, de júbilo; y la emoción se apoderó de las más de 200 personas que se reunieron en la esquina donde cayó el "caudillo del pueblo".

A las doce del día, se sentaron las partes en la mesa de La Habana. Había expectación. Todo apuntaba a que era el gran día; todo se encaminaba a la paz; ni siquiera el más escéptico podía dañar la fiesta que se vivía en ese momento. Hombres, mujeres, niños, jóvenes y ancianos gritaban alrededor de la pantalla gigante: alegres, esperanzados, como dejando un cansancio que cargaban desde cinco décadas atrás. En el lienzo blanco, todos escribirían mensajes que serían el testimonio de ese momento histórico.

Solo pasaron quince minutos hasta que el delegado del gobierno de Cuba, Rodolfo Benítez, pasó al estrado y empezó su discurso: “Las delegaciones del Gobierno Nacional y las Farc-EP queremos anunciar que hemos llegado a acuerdos en los siguientes puntos: acuerdo sobre cese al fuego y de hostilidades bilateral y definitivo y dejación de armas”. Las personas, entre felices y confundidas por la intermitencia de la señal, empezaron a festejar; se lanzaron globos de aire, se abrazaron: la multitud estaba eufórica, y con justa razón.

Parece que todo pasó. El reloj marcaba las 12:45 p.m. Ya no había señal de internet; además, “ya está haciendo como hambre”, dijo un vendedor de “vuvuzelas”. La gente comenzó a desplazarse del lugar para retomar sus actividades. Al frente del edificio de la ETB, en medio del estruendo de una banda de hardcore, dos ejecutivos conversaban: “Santos le regaló un bolígrafo a Timochenko según él porque las balas escribieron nuestro pasado, la educación escribirá nuestro futuro".

A la 1:30 p.m., el agitado centro de la ciudad ya se encontraba más tranquilo y la gente asimilaba la noticia. Durante el almuerzo, las personas seguían pendientes de la imagen de la firma, esa que haría historia, la que reivindicaría tantas muertes y dolor. “Lo que todos queríamos ver”, comentaba un ciudadano. Tras una tensa y temerosa espera, llegó la imagen. Todos la vieron, aunque no lo podían creer. Llegó la firma de los dirigentes de las Farc-EP y del Gobierno nacional.

En ese momento se avivó la esperanza y comenzó algo nuevo. Se podía creer en el inicio del cambio. Se podía creer que, en aquella esquina donde se inició un infierno tras la caída de Jorge Eliécer Gaitán, se había convertido en el lugar que congregaría a tantas personas para celebrar la paz, de modo que no había quedado en el olvido, y que este sería el punto de partida para que la única "bomba" que escuchen las nuevas generaciones sea la de la canción de Azul Azul, que tan alegremente se bailó en la carrera séptima con avenida Jiménez.

 

Renet Ruiz
Coordinación de Comunicaciones
Bogotá, D. C., 24 de junio de 2016
Imágenes: Departamento de Comunicación y Publicaciones
Última actualización: 2019-03-13 16:52