Con ocasión de la celebración del Día del Economista, Jairo Santander, director del Dpto. de Economía, reflexiona sobre esta área del conocimiento y las responsabilidades de quienes la ejercen.
El pasado 3 de julio se celebró el Día del Economista y desde el Departamento de Economía hago una reflexión alrededor del quehacer de nuestra profesión. Y es que en estos momentos, dada las coyunturas económicas, nuestra profesión se enfrenta a enormes retos para responder ante las exigencias de la sociedad en cuanto a claridad de su futuro económico.
Entre los retos a asumir quiero concentrarme en tres importantes: la definición de un propósito más amplio de los análisis económicos, la comprensión de la necesidad de una interpretación de los fenómenos económicos mucho más allá del dato y el reconocimiento del elemento ético del análisis económico.
Para empezar, es difícil que los análisis económicos se limiten a solo unas variables explicativas y explicadas, asociadas a la productividad de los factores, a la eficiencia del capital o la rentabilidad financiera, ante un mundo que enfrenta desafíos como el cambio climático, la desigualdad extrema, la sostenibilidad ecosistémica del planeta, la rentabilidad negativa del ahorro, los cambios demográficos y la migración.
Un economista no puede limitar su análisis a unos preceptos tan limitados sin tener mayor interés en explicar los impactos e implicaciones de las decisiones económicas que está ayudando a tomar.
¿Cómo un economista puede dar recomendaciones de inversión sin siquiera sopesar las implicaciones éticas de apoyar ciertos sectores económicos degradadores del medio ambiente o con claras señales de explotación laboral?En pocas palabras, hay que reflexionar sobre qué valor agregado que le estamos dando al tipo de información y conocimiento que estamos produciendo, hablar más allá de los datos, dando sentido a lo que estos nos dicen.
Para ello, el economista debe robustecer su andamiaje teórico, complementándolo con el de otras disciplinas. Bien nos lo decía Keynes y nos lo recuerdan otros grandes economistas como North y Sen, el buen economista debe tener un aire de filósofo, historiador, estadista, en fin, tener un gran bagaje conceptual que le permita aprovechar al máximo los resultados que arrojan el procesamiento de datos.
Si esto no mejora, nosotros mismos estamos sepultando nuestra profesión. En algunos países ya están ensayando con sistemas programados que hagan recomendaciones de portafolio de inversión, en donde se hace caso omiso del saber del economista en los términos planteados. ¡Qué más que eso para reflexionar sobre la situación del quehacer de un economista! ¿Cómo es que se ha llegado al punto de que sea viable reemplazarnos por un software?
Afortunadamente la economía es lo suficientemente rica y bella, teórica e instrumentalmente, para que sea fácil reorientar el camino. Para ello, alimentarse de la pluralidad y la interdisciplinariedad pueden ser recomendaciones válidas. Y la más importante: retomar el sentido ético de la economía, reconocer el rol de ella para la comprensión del bienestar de las personas, la justicia, la promoción del pluralismo razonable y la capacidad crítica de las sociedades.
Es ahí donde la disciplina de la economía y el ejercer su profesión economía y ejercer su profesión vuelven a tener un sentido, una relevancia para el desarrollo y la sociedad: una razón para ejercerla con orgullo, satisfacción y sobre todo, pasión.
¡Feliz día a mis colegas!