Cristian Díaz, director del Departamento de Ingeniería Ambiental, habla sobre las implicaciones que tiene este metal pesado en los humanos.
Aunque es evidente el interés en cuanto al uso indiscriminado de este metal pesado en la minería aurífera –principalmente en la artesanal e informal-, es menester advertir a las autoridades ambientales, y a la comunidad en general, que el riesgo toxicológico del mercurio también es significativo en las ciudades y en las unidades habitacionales, debido al uso diario e inadvertido de productos de consumo masivo y alimentos que lo contienen.
Hablo, en primer lugar, de las lámparas ahorradoras fluorescentes que inundan las estanterías de supermercados, almacenes y tiendas, iluminan grandes superficies y hacen acogedores nuestros hogares. Estas han sido popularizadas en muchos programas de uso racional y eficiente de la energía en los sectores público y privado en nuestro país.
Este espejismo de una vida consistente con los ideales de sustentabilidad se evidencia cuando se desecha la lámpara o bombillo ahorrador (que contiene entre 5 y 16 miligramos de mercurio) de una manera inadecuada –tirándolo a la basura-, o cuando se rompe al interior de la vivienda, accidente que representa un riesgo de intoxicación aguda en niños y mujeres en estado de gestación.
Los consumidores deberíamos saber que estas lámparas son materiales peligrosos por contener una sustancia peligrosa, y que su disposición final exige un estricto protocolo para evitar que esta se libere al ambiente. Todo un problema técnico y procedimental delimitado por un estricto marco normativo.
La dificultad y riesgo en el manejo, uso, disposición y confinamiento de este tipo de luminarias es una invitación a volver a las lámparas incandescente –que ahora son de bajo consumo-, a las halógenas, al tipo LED y, evidentemente, a la iluminación natural; reflexionando como consumidores a “no tragar entero” todo aquello que se publicita como amigable con el ambiente, ya que hay muchos lobos disfrazados de ovejas.
Con relación a los alimentos, y como ha sido evidente en los comunicados de prensa del Instituto Nacional de Vigilancia de Medicamentos y Alimentos (Invima), el atún que consumimos contiene mercurio, siendo la “punta del iceberg” del problema, ya que la existencia de este metal pesado en un gran pez –de los últimos en la cadena alimenticia marina- evidencia que todas las otras especies marinas pueden estar contaminadas. Problema que ya había sido evidenciado por la Universidad de Cartagena.
Es decir, distintas clases de peces, mariscos y moluscos, bioacumulan y magnifican el mercurio debido al aumento de su concentración en el ambiente, producto de su liberación intencional, no intencional y/o accidental. Problema ambiental global en la que todos tenemos algún grado de responsabilidad.
También se ha encontrado mercurio en agua para consumo humano en acueductos veredales, al parecer, por la contaminación cruzada con plaguicidas organomercuriales, y en agua de riego para cultivos de hortalizas (investigaciones realizadas en las Universidades Nacional de Colombia y Central en el año 2013). Así mismo, el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales – Ideam, en el último Estudio Nacional del Agua 2015, evidenció su presencia en los principales ríos del país.
De la misma manera, la Secretaría Distrital de Salud de Bogotá –hace tres años- encontró este metal pesado en la orina, sangre y cabello de algunos conciudadanos. Y para finalizar, desde la Universidad Central se ha demostrado en el último año la existencia de un ciclo urbano del mercurio en Bogotá. Siendo estos algunos de los trabajos de investigación realizados en el país.
Alertas de la academia e instituciones que exigen la pronta prevención y solución de los problemas actuales y venideros; más cuando en la agenda mundial regirá el Convenio de Minamata, que reconoce al Hidrargiro (mercurio) como una sustancia química de interés mundial debido a sus gravísimos efectos en la salud humana y el medio ambiente.
Este acuerdo internacional que se complementa en Colombia gracias a la sanción de la Ley 1658 de 2013, en la que se establecen disposiciones para la comercialización y el uso de mercurio en las diferentes actividades industriales del país y se fijan requisitos e incentivos para su reducción y eliminación. Asimismo, se cuenta con la iniciativa del Plan Único Nacional de Mercurio por parte del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible; y con un nuevo interés de la Academia y la creciente preocupación de los sectores productivos y usuarios.
Esperemos que el marco normativo existente, los planes y programas nacionales, el actuar del Ejecutivo y los de la Academia, eviten tragedias como las ocurridas en Japón (1953 – 1965), Irak (196 – 1973) y Perú (2000), entre otras tantas; en las cuales muchas personas murieron por envenenamiento y otras presentaron intoxicaciones crónicas, siendo los neonatos los más afectados, al expresar malformaciones congénitas.
¿Desearía usted sufrir de Parkinson a temprana edad debido a la intoxicación con mercurio? ¿O morir por su ingesta, inhalación o contacto? Le comento que en Colombia ya hay jóvenes pacientes en tratamiento y que ha habido muertes por aparente envenenamiento.
Esta lamentable realidad nos alerta sobre el hecho de estar “nadando en nuestros propios desperdicios”, donde el gran problema está en que nos estamos acostumbrando a convivir con sustancias tóxicas, carcinogénicas, disruptoras del sistema endocrino y/o genotóxicas, entre otras; envenenándonos lentamente, tal como lo hizo la Familia Borja con sus enemigos durante el Renacimiento, sólo que en este caso nos hemos convertido en los Borja de nuestra propia existencia.
Columna publicada en Semana Sostenible, el 4 de noviembre de 2016.