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“Lo que hoy espera de ustedes el país es que sean buenos ciudadanos”

Con este mensaje Francisco Cajiao saludó a los nuevos egresados durante la primera ceremonia de grados de 2016

Francisco Cajiao

 

Noticentral reproduce el discurso que ofreció Francisco Cajiao a los graduandos unicentralistas:

La conclusión de los estudios universitarios, que culmina con el rito de la graduación, es un momento propicio para reflexionar sobre las expectativas que la sociedad tiene sobre quienes obtienen un título de educación superior.

Como todos los demás ritos de paso, la graduación es un acontecimiento de gran importancia para quienes han culminado su etapa de preparación profesional y para la sociedad que, a partir de este momento, los reconoce y los recibe con la esperanza de que sus conocimientos, iniciativas y comportamientos contribuyan al desarrollo económico y social. Hoy, también, sus. familias que seguramente han hecho un enorme esfuerzo para estimularlos y apoyarlos desde la infancia, tendrán el orgullo de verlos transformados en adultos dignos y capaces de responder por ustedes mismos y corresponder a todas las ilusiones puestas sobre ustedes. Seguramente habrá algunos que serán los primeros en muchas generaciones en haber llegado tan lejos, porque en Colombia ha sido escaso y difícil el acceso a la Educación Superior.

Hasta el día de hoy todos ustedes han sido estudiantes: algunos habrán trabajado para ayudar a pagar sus estudios, otros habrán estado en diversos contextos laborales en condición de practicantes, pero será necesario tener en sus manos el diploma que los acredita como idóneos para desempeñarse profesionalmente en la sociedad para que casi por arte de magia cambien su condición y sean reconocidos públicamente como profesionales.

Un rito similar, al concluir el bachillerato, les había abierto el ingreso a esa vida adulta que permite decidir lo que se quiere hacer de sí mismo, la función social que se quiere desempeñar y el campo de saber al que se va a consagrar por los siguientes años y, con frecuencia, por toda la vida. Hoy conquistan el propósito de aquel momento y pueden constatar las dificultades y los hallazgos que fueron tropezando a lo largo de esta última etapa de estudios que además de desarrollar los conocimientos y habilidades para desempeñarse en el trabajo y la sociedad, seguramente les ha permitido descubrirse como seres humanos en sus más profundos anhelos, pero también en la inmensa incertidumbre que caracteriza la vida en el mundo contemporáneo.

Pero lo que hoy espera de ustedes el país es que sean buenos ciudadanos, que a través de su trabajo, de su comportamiento y de su presencia en el mundo contribuyan a que nuestra sociedad avance por la senda de la civilidad. Sobre esto quiero hacer alguna reflexión que, ojalá, tenga algún eco en sus vidas.

En el centro virtual Cervantes encontré un trabajo académico en tomo a una polémica de 1763 sobre la necesidad de que España se civilice. Es divertido considerando que se refiere a lo que se pensaba en ese país hace 250 años.

«El verbo civilizar -dice el autor-, expresa un concepto histórico, una nueva manera de concebir la historia de la humanidad como un progreso que ha ido alejando gradualmente a los pueblos civilizados de un estado primitivo de barbarie e ignorancia».

Los polemistas de la época añaden que «la prosperidad del Estado mismo depende de la civilidad y aseo que reina en una Nación. Ahora pues, esa civilidad o pulimiento político, no puede existir si todo el pueblo no está civilizado; esto es, si no está instruido hasta cierto punto, y si no tiene bien formado el corazón y el juicio». «La educación es el principio más noble y más útil, para la civilidad y pulimiento político de una Nación».

Estos valores de la civilidad se aplican a la política, la convivencia, el espacio público e, incluso, a la intimidad, porque no es igual la relación de pareja o la crianza de los hijos en las sociedades más cercanas a los patrones de mera supervivencia que en los grupos humanos donde la educación permite nuevas formas de encuentro.

Así como los españoles de hace 250 años se plantearon su propio nivel de civilidad tendríamos que hacemos la misma pregunta hoy. Todavía arrastramos formas muy atrasadas en el ejercicio de la política, nuestras ciudades no se destacan por el orden, la convivencia sigue pegada a violencias cotidianas de indudable salvajismo, los derechos de las minorías se pisotean y la suciedad nos invade tanto por la basura material como por los comportamientos ciudadanos.

La España de 1760 sentía que la historia la estaba dejando atrás en relación con las sociedades de Francia e Inglaterra que habían dado grandes pasos en relación con sus costumbres desde el siglo XVII.

Según Richard Sennett, un cambio que marcó el final de la edad media y el arribo del renacimiento fue el paso de los códigos de caballería a los comportamientos propios de la civilidad. Para la cultura medieval la pelea física y los juramentos violentos eran una parte normal de la vida cotidiana. Otra característica de la caballería era la facilidad con que se ofendían los caballeros. Por muy cristianos que fueran, si se sentían insultados, no se les ocurría poner la otra mejilla, sino que ardían en el deseo de vengarse para restaurar su honor sin reparar en los medios.

Con el paso del tiempo y el declinar de estas costumbres, van apareciendo modelos de relación social caracterizados por las buenas maneras. Eso implicaba el auto control y la adopción de rituales que permitieron la construcción de formas de civilidad diferentes, propicias para la cooperación y la resolución de conflictos entre particulares, instituciones y estados, sin necesidad de recurrir a la guerra.

En este contexto adquiere una gran significación el sentimiento de la vergüenza, del cual se ocupa Norbert Elias en El proceso de la civilización. La civilidad se opone a la espontaneidad. El autocontrol que permite comportarse de manera civilizada implica pensar antes de actuar, actuar de manera adecuada y hablar sin expresar y provocar la agresividad. El autor distingue la vergüenza de la culpa: la primera surge cuando no nos comportamos a la altura de las circunstancias, la segunda cuando se comete un delito o una transgresión. La instalación de estos sentimientos de respeto frente a los demás y a la propia dignidad se refleja también en la vida privada bajo esa protección de la intimidad que se manifiesta en el pudor.

Es claro que las formas y rituales sociales, construyen un ser humano mejor que el patán buscapleitos, vengativo y descontrolado en su vocabulario, sus modales y sus actos del medioevo y son fundamentales en la construcción de una sociedad en la cual es necesario transar continuamente multitud de intereses en conflicto.

Un país sin vergüenza es un país que no logra salir del ámbito de lo salvaje. El nuestro, por desgracia, padece de ese mal. A nadie le da vergüenza nada. Pero tampoco parece que la culpa roce a los ciudadanos. Quien se pasa un semáforo en rojo y atropella a unas personas no muestra vergüenza ni culpa. Asesinos y delincuentes terminan narrando sus fecharías sin inmutarse. Esta guerra en la que participan campesinos, gentes humildes y encumbrados dirigentes ha tenido entre sus más perversas motivaciones las venganzas personales. Ya ninguno le da vergüenza.

No tienen vergüenza los altos funcionarios del Estado, ni los lideres del sector privado, ni los grandes propietarios de tierras. Tampoco experimentan culpa: por eso vivimos en un país en el que nadie pide disculpas.

Además, todo se hace sin pudor, sin entender que la dignidad personal riñe con la exposición inapropiada del mundo privado, espacialmente cuando se han buscado y asumido los privilegios y responsabilidades de la vida pública. En Japón se suicidaban. Nosotros estamos llenos de sinvergüenzas con aspiraciones de poder.

Yo los invito, muy apreciados jóvenes profesionales, a reflexionar sobre esto para que vivan dignamente su vida de ciudadanos profesionales, responsables de ustedes mismos y de mejorar la sociedad que los rodea. Teman al cinismo de quienes se creen por encima de la ley y protejan su nombre de la deshonra que tarde o temprano los alcanzará si no ajustan su conducta a las altas expectativas que todos merecen tener después de tanto esfuerzo. El mundo de hoy requiere personas preparadas y capaces, pero de gran sentido de la ética, sensibles a las necesidades de los más débiles, capaces de convivir en medio de la enorme diversidad humana, abiertos a cambiar en función del bien público y firmes en aquellos valores que las naciones han ido consensuando como esenciales en la constitución de humanidad.

Mil gracias y buena suerte.

Coordinación de Comunicaciones
Bogotá, D. C., 24 de febrero de 2016
Imágenes: Departamento de Comunicación y Publicaciones
Última actualización: 2019-03-31 18:23