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"Lectio finalis" para los graduandos unicentralistas

Fernando Sánchez Torres, consejero superior de la UC y reconocido académico, se dirigió a los nuevos profesionales unicentralistas durante la primera ceremonia de grados del año.

Fernando Sánchez Torres

 

Noticentral reproduce a continuación La última lección, discurso que ofreció a los graduandos, en el escenario del imponente Teatro México:

El señor Rector de la Universidad me solicitó que, a manera de “última lección”, dirigiera la palabra a quienes en la tarde de hoy reciben su grado profesional. Acepté gustoso por considerarlo un honor y por tratarse de un acto significativo en el acontecer académico y en la vida de ustedes, los graduandos de uno y otro sexo, como también en la de sus familiares.

He interpretado el sentido de esta última lección como una despedida aleccionadora, es decir, aprovechar la circunstancia para reflexionar en voz alta ante quienes se marchan, sobre algún asunto que pueda serles útil en el transcurrir profesional.

Para comenzar, debo señalar que vivir es un proceso alimentado por enseñanzas diarias, que se prolonga hasta el momento en que nos acompañe la capacidad de aprender, de raciocinar, de conocer. De ahí que no pueda aceptarse que exista una última lección. Cuando esto ocurra es porque nuestra vida está a punto de extinguirse. Por eso, reciban mis palabras como la última lección que escucharon revestidos aún de la condición de estudiantes de pregrado y prepárense, de ahora en adelante, para escuchar con espíritu abierto las innumerables lecciones que, de seguro, habrán de escuchar revestidos de la condición de profesionales.

La escuela, a cualquier nivel, debe ser un emporio de lecciones, entendiendo que “lección” viene de “lectura”, y que el lector por excelencia debe ser el maestro, que se supone es el que aporta la experiencia y la sabiduría. Cuando digo lector me estoy refiriendo a aquel que, como producto de sus lecturas y vivencias, va transmitiendo conocimientos, va inculcando ideas, va depositando semillas. Por eso creo que toda lección que se dicte debe asemejarse a una siembra luminosa, puesto que está destinada a caer en los surcos de la mente y la conciencia de los jóvenes, con el propósito de que eche en ellos raíces y luego dé sus frutos.

Aprovechando que los destinatarios de la lección de hoy son ustedes, los mismos que desde este momento dejan de ser alumnos regulares de la Universidad para convertirse en egresados de ella, voy a centrar mi discurso recordando los deberes básicos de todo profesional.

El nuevo profesional es un individuo que ha dejado de figurar en los libros de matrícula de la Universidad, por haber culminado sus estudios. Tal desvinculación no apareja, de manera alguna, un divorcio total, definitivo. Dejar los claustros con el diploma profesional en la mano, no significa que se haya cortado de tajo el cordón umbilical con la entraña que nos dio un su savia. Ésta aún tiene la posibilidad de darnos mucho, es cierto, pero es más lo que estamos obligados a retribuirle. Y si de alguna manera queremos demostrarle gratitud, la mejor forma de hacerlo es comportándonos en la vida profesional como vástagos que se sienten orgullosos de llevar su sangre, es decir, tratando siempre de dejar muy en alto el nombre de la estirpe, que en su caso es la hemicentenaria Universidad Central.

Precisamente, he escogido como tema para la lección el de la ética profesional, asunto que tiene mucho que ver con el comportamiento de los buenos hijos de una universidad. La medida del afecto que le conservemos le da la calidad de nuestros actos que no es nada distinto actual bien, correctamente. En otros términos, saber cumplir con el deber.

Pero, ¿qué es eso de cumplir con el deber? Sencillamente, es hacer aquello a que nos obligan las leyes y las normas establecidas por la sociedad, dictadas para favorecer los mejores intereses de sus asociados. El deber gravita donde quiera que nos situemos: en cualquier lugar del ámbito patrio, en la oficina, en el taller, en el seno de la familia. En otras palabras, el deber tiene que ver con la llamada "ética cívica” o “moral común", producto de la racionalidad y el consenso de la sociedad civil. Cuando se deja de cumplir con el deber no solo se atenta contra la sociedad en conjunto, sino también contra nuestra propia integridad ética, moral.

Decía José Antonio Gonzalo, catedrático de la Universidad de Alcalá de Henares, que "la ética es uno de esos temas que, como la comida o la vivienda, se vuelve mucho más importante a medida que se nota su falta". Nadie puede desconocer que entre nosotros la ética se ha vuelto un artículo escasísimo. Vivimos una crisis moral, jamás conocida a lo largo de toda nuestra historia. Existe una verdadera penuria ética. No ha quedado reducto alguno donde no hayan hecho mella las metástasis de la inmoralidad. Cuando utilizo la palabra metástasis acudo deliberadamente a un término médico, para hacer caer en la cuenta que estamos frente a un cáncer, a un mal espantoso que, por descuido o indiferencia, hemos dejado avanzar hasta el punto de la desesperanza. En efecto, la sociedad colombiana es presa de una enfermedad gravísima, que amenaza exterminarla: ese padecimiento es la inmoralidad, la falta de ética, vale decir, el desprecio por el cumplimiento del deber. Para combatirla es necesario que la sociedad toda haga conciencia de ella y emprenda una cruzada colectiva. Qué bueno fuera que ustedes, los egresados de la Universidad Central, la encabezaran, o, por lo menos, que formaran parte de ella, que nunca se apartaran del actuar correcto, que dieran ejemplo, que mantuvieran Siempre presente el lema "Hay que cumplir con el deber".

La ética es una disciplina que nos señala lo que debemos hacer (deber hacer lo bueno) mediante un proceso racional, reflexivo, de carácter íntimo, sin olvidar que no todo lo que se pueda hacer desde el campo profesional se deba hacer. Para poder llevar adelante ese proceso de manera correcta, es necesario contar con una guía o brújula para llegar a buen puerto, es decir, para que evite que nos extraviemos. Como ya lo mencioné, la sociedad misma nos la ha proporcionado por intermedio de códigos de conducta, elaborados para defender los mejores intereses de todos: Constitución Nacional, Código Civil, Código Penal, Código Administrativo, Códigos Profesionales, etc. Estas normas, de obligado cumplimiento, constituyen la "moral objetiva", que pese a ser muy importante, no es suficiente para que nuestro actuar tenga el sello característico de la eticidad. 

Las leyes y las demás normas escritas no valen nada si no existe a la vez una conciencia colectiva e individual que considere despreciable toda conducta que viole lo establecido en aquellas. Es que en tanto no se añada el ingrediente que suministra la conciencia o "moral subjetiva", los actos carecen de bondad ética. Y la moral subjetiva está inducida o retroalimentada por valores y principios morales. El que carece de ellos es un amoral, y el que los desvirtúa, es un inmoral.

Según el filósofo Kant, lo que de verdad hace ético un acto es la intención; pero para que esta no resulte desvirtuada se hace indispensable contar con la correcta preparación o capacitación para hacer bien ese acto. Tratándose de profesiones, fuertes o débiles, quienes las ejercen deben constituirse integralmente en prenda de garantía, en especial si su actividad va a comprometer los intereses de los demás. Un profesional pobremente preparado, incapaz, es posible que se constituya en una amenaza para los intereses de quienes utilizan sus servicios y para toda la sociedad. Puede que al actuar su intención sea buena, pero es probable que los resultados sean malos, es decir, que el acto intencionalmente bueno desemboque en daño. Aquí, al tocar este punto, inevitablemente se ve involucrada la universidad.

A la universidad, como institución modeladora de profesionales, y como el nivel más alto y respetable para dar lecciones, cabe la grave responsabilidad de capacitar técnica moralmente a quien en ella se matricule, pero de capacitarlo no de cualquier manera, sino tendiendo siempre hacia la cumbre de la excelencia. Es claro que la excelencia es una meta difícil de alcanzar, pero no por eso deben ahorrarse esfuerzos para acercarse a ella. La mediocridad en la formación universitaria es un pecado de lesa sociedad. ¿Quién puede dudar que muchos de los deslices morales y técnicos de los profesionales tienen como explicación la deficiente formación universitaria? La Universidad Central, desde sus orígenes, siempre ha tenido presente su grave responsabilidad frente a la formación correcta de sus estudiantes. Por eso en el concierto nacional universitario se le mira con respeto y consideración.

Vale advertir que el papel de la universidad, de cualquier universidad, no es formar profesionales en la plenitud de sus posibilidades. Sería esta una pretensión inalcanzable. A lo que ella está comprometida es a comenzar a construir un edificio intelectual sobre los cimientos que cada cual trae ya sentados al iniciar los estudios superiores. Si esos cimientos amalgamados a base de material genético y de costumbres inculcadas en el hogar y en los primeros años de formación, no son sólidos, ese edificio no garantizará estabilidad. Por el contrario, si el sustrato sobre el que se va a construir es firme y receptivo, la labor de la universidad podrá augurar un buen futuro. Esa labor, apelando a términos arquitectónicos, no va más allá de la etapa de acabados, que es un periodo de nunca acabar, un proceso que dura mientras dure la vida profesional. Cuanto más nos esmeremos por aportar acabados de calidad, tanto mejor será el conjunto, y su valor, por lo mismo, será mayor. 

El símil que he utilizado ha tenido como finalidad poner de presente que lo que la universidad lanza a la circulación -o al mercado- es un producto incompletamente terminado, que puede prestar algún servicio, pero un servicio susceptible de derivar insatisfacciones. Para evitar tal inconveniente, es un deber moral de todo nuevo profesional revestirse de un permanente afán por mejorar su preparación, fijándose como meta la excelencia. Es lo que el filósofo francés contemporáneo Jean Francois Malherbe ha llamado la "autopoiesis", vale decir, la autoconstrucción de la persona. Mientras no hagan de esa autoconstrucción una consigna, tengan la seguridad de que el futuro que les espera es ser un profesional más entre los muchos del montón. En cambio, si se revisten del propósito de ser cada día mejores, de hacer de la educación continua un deber, el premio que obtendrán será ocupar un lugar de privilegio entre sus pares, ser reconocidos por la sociedad y ser llamados buenos hijos por su Alma Mater. Ésta, pensando en ustedes, pone a su disposición programas de educación continua en diferentes modalidades. Cuando se den cuenta de que necesitan mejorar su preparación, vuelvan sus ojos a su universidad que ella los está esperando.

En su Genealogía de la moral registró el filósofo Federico Nietzche un pensamiento que he encontrado muy oportuno para la ocasión, y que servirá para ponerle fin a la última lección que me comprometí a pronunciar ante ustedes. Expresaba el pensador alemán: "Se ha dicho con razón que «donde está vuestro tesoro, está vuestro corazón». Nuestro tesoro está donde zumban las colmenas del conocimiento. Siempre estamos camino de ellas, como insectos que han nacido con alas y que recogen la miel del espíritu, a quienes no preocupa otra cosa que «llevarse a casa» algo".

Espero, jóvenes graduandos, que de mi lección puedan llevarse a casa algo, alguna enseñanza, que sin ser la última, zumbe por siempre en las colmenas de su conocimiento.

Coordinación de Comunicaciones
Bogotá, D. C., 24 de febrero de 2016
Imágenes: Departamento de Comunicación y Publicaciones
Última actualización: 2019-03-31 17:45