El trabajo de Lya Yaneth Fuentes, investigadora del Iesco y del proyecto Feges, fue abordado en un reportaje publicado por la revista Carrusel de la Casa Editorial El Tiempo. Léalo aquí.
Hay una violencia de la que no se habla. Una que es sutil, casi imperceptible. Estamos acostumbrados a oír hablar de feminicidio, de abuso psicológico, de maltrato, de leyes que tratan de proteger a las mujeres. Pero en medio de ese panorama, que no deja de ser terrorífico (ellas siguen siendo asesinadas a manos de sus parejas o exparejas), hay otro segmento que, aunque no causa la muerte, deja en evidencia la fuerza del machismo. Son actos que no siempre son evidentes; muchos, incluso, están instalados en la cultura y en la cotidianidad. Hasta nos parecen normales. Pero no lo son. Y tienen un nombre: violencias invisibles.
Como advirtió la investigadora Ana María Fernández, coautora de La mujer y la violencia invisible: Esas violencias “nos hacen daño, pero mujeres y hombres transitamos y participamos en ellas sin verlas”. Florence Thomas, psicóloga, docente, directora del grupo Mujer y Sociedad de la Universidad Nacional y una de las activistas del feminismo más reconocidas en el país, añade que se trata de un concepto que forma parte de un sistema patriarcal muy fuerte, que rige el mundo hace más de 5.000 años.
Mujeres de todas las edades, etnias, estratos y niveles educativos han sido víctimas. Estas son algunas de las formas como se ejerce esa violencia.
“Exageradas e histéricas"
No escuchar a las mujeres puede tener consecuencias más graves de lo que se cree, especialmente cuando están buscando acceder a los servicios de salud o a la justicia. Lo sabe bien la escritora Pilar Quintana. Un fuerte dolor en el pecho la obligó a acudir a una clínica en Bogotá, un lugar en el que sintió que la trataban como a una histérica por manifestar sus síntomas. La enfermera la regañó porque, según ella, era imposible que tuviera un infarto. “No estoy diciendo eso, solo estoy diciendo que me duele el pecho”, recuerda Quintana que le explicó a la enfermera. A pesar de los prejuicios de la enfermera, un electrocardiograma confirmó el infarto y la trataron a tiempo. Pero no todas las mujeres corren con la misma suerte, pues muchos profesionales de la salud no les creen a las pacientes o no conocen a fondo las diferencias entre los síntomas de infarto que experimentan ellos y ellas.
Este también es un vicio común en el sistema de acceso a la justicia, como lo ha comprobado Juliana Espitia, psicóloga de la corporación Sisma Mujer, que trabaja con víctimas de violencias y discriminación. En su trabajo diario, Espitia les brinda acompañamiento jurídico y psicológico a estas mujeres, y ha visto de cerca las barreras que enfrentan a la hora de hacer una denuncia o pedir protección.
A muchas, dice la psicóloga, no se les brinda apoyo ni se les escucha cuando acuden a la Policía, a las Comisarías de Familia o a la Fiscalía. A menudo, en estas entidades “las dejan esperando mucho tiempo, los espacios en donde conversan no son adecuados (...) e incluso las obligan a confrontarse con el agresor”, a pesar de que la Ley 1257 establece que las víctimas no tienen que hacerlo, añade Espitia.
'Ni con el pétalo de una rosa'
El arte es una herramienta de expresión, de debate y de intervención sobre las violencias invisibles. Les permite a las víctimas levantar la voz, incomoda a victimarios y a observadores al mostrarles el espejo de esas violencias, y genera reflexiones valiosas para el cambio. Con esa idea nació el Festival ‘Ni con el pétalo de una rosa’, una iniciativa de Casa E Social (que lidera la actriz Alejandra Borrero) que cada noviembre se toma Bogotá con obras de teatro, performances, actos en la calle y conversatorios para rechazar todas las formas de violencia contra las mujeres.
Descalificarlas y subestimarlas en el entorno laboral y escolar
Zaira Barbosa es médica general y trabaja en el área de Urgencias de la Clínica Palermo de Bogotá. Pese a que estudió durante años para ejercer la medicina –al igual que sus colegas hombres–, a menudo la descalifican o no reconocen su trabajo por el hecho de ser mujer. Barbosa comenta que no son pocos los pacientes que la llaman “niña”, “señorita” o, peor, “mami”, mientras que a sus compañeros les llaman siempre “doctor”.
A las médicas en esta y otras instituciones no solo se les descalifica con el lenguaje, sino también con la actitud. A menudo se presentan casos en que los pacientes se quejan porque “no los ha examinado ningún médico”, a pesar de que una profesional ya lo haya hecho.
Y cómo ignorar los ataques a las mujeres que participan en política, que ocupan cargos con poder de decisión o que simplemente se salen del estereotipo de la complacencia. La actriz y empresaria Alejandra Borrero, impulsora del festival ‘Ni con el pétalo de una rosa’, que se lleva a cabo cada año en noviembre y que promueve la no violencia contra la mujer, confiesa que les ha puesto fin a relaciones profesionales porque muchos hombres “no son capaces de resistir que una mujer sea la que da la línea”. Y añade: “De una mujer se dicen cosas como ‘hoy estaba con la regla’ o es que ‘no se la comieron bien’. ¿Con qué derecho? Nunca se diría eso de un hombre por hablar de manera altiva o fuerte”.
A estas formas de violencia se suman los chistes misóginos y sexistas en los entornos escolares, como lo sugiere la investigación ‘Violencias y discriminaciones, una aproximación al acoso sexual, al sexismo y la homofobia’, realizada por un equipo docente de la Universidad Central. Su directora, Lya Yaneth Fuentes, señala que entre los resultados (que se publicarán el próximo mes) se obtuvo que “la burla, la ironía y la descalificación circulan mucho en los salones” y que “se hacen muchos comentarios sexistas en contra de las mujeres”.
Comentarios hirientes y manipulación
Hacer bromas hirientes, mentir, engañar, ignorar, celar, culpabilizar y controlar. Estas son las primeras alarmas del ‘Violentómetro’, una herramienta para llamar la atención sobre las manifestaciones de violencia en las relaciones humanas, que fue desarrollada por el Instituto Politécnico Nacional de México y adaptada a Colombia por el proyecto de Fortalecimiento de la Equidad de Género en la Educación Superior (Feges).
Esas acciones violentas son, además, el caldo de cultivo de la violencia física, sexual e incluso del feminicidio, aunque muchos hombres y mujeres no las consideran graves y creen que son “normales”, sobre todo cuando se dan en las relaciones de pareja. Pero también se dan en las filiales. De hecho, hay ocasiones en las que se les resta importancia a los argumentos que da una mujer y hasta se ridiculiza su discurso en reuniones sociales o conversaciones entre amigos. Todo en medio de bromas, sarcasmo e ironía proveniente, en la mayoría de los casos, de hombres.
64,1% de las mujeres entre 13 y 49 años en el país han sufrido alguna forma de violencia psicológica.
Juliana Espitia señala que “todavía se sigue creyendo que la violencia grave, o la que tiene que causarnos repudio es la física”, mientras que los comentarios hirientes y la manipulación siguen destruyendo la autoestima y la dignidad de las mujeres. Este argumento encuentra apoyo en la Encuesta de Demografía y Salud del 2015, la cual arrojó que el 64,1 por ciento de las mujeres entre los 13 y 49 años han sido víctimas de alguna violencia psicológica.
Culpar a las víctimas
Como si la violencia psicológica, física o sexual no fuera suficiente, muchas mujeres víctimas también son blanco de juicios y ataques de terceros. A quienes viven una relación conyugal abusiva, las tildan de masoquistas; a quienes sufren una violación, las acusan de “no defenderse como deberían”, y a quienes se ven expuestas en los entornos digitales con imágenes, audios o videos de connotación sexual que compartieron previamente con una expareja, les dicen que “se lo buscaron”.
La psicóloga Juliana Espitia asegura que esto se debe en gran parte a que hay un estereotipo de víctima ideal, y que las personas que no encajan en ese imaginario son juzgadas. Además, dice Espitia, este fenómeno demuestra que la culpa y la desaprobación se dirigen a los sujetos equivocados: las víctimas y no los victimarios.
Feges
El proyecto de Fortalecimiento de la Equidad de Género en la Educación Superior se ejecutó entre el 2011 y el 2015 por cuatro universidades: Central, Nacional, Industrial de Santander y Autónoma de Colombia. Incluyó campañas de no violencia contra la mujer con piezas gráficas como 'Tacón rojo', diseñada por estudiantes de la Universidad Central.
¿Cómo combatirlas?
Lo primero, dice Florence Thomas, es reconocer que no hay tal cosa como ‘la mujer colombiana’. Hay mujeres, en plural, y son diversas en apariencia, religión, crianza, preferencia política, orientación sexual, etnia, etc. También son diferentes sus familias y las regiones que habitan, por consiguiente, no todas tienen las mismas oportunidades para identificar cuándo son víctimas de violencias y cómo pueden romper con estas.
A partir de ahí el papel de los terceros es clave. Para escuchar, para acompañar, para hacerles saber a aquellas que sufren violencia que ‘no es normal’ y que no están solas, y para ayudarles a romper el silencio. Esto requiere dejar a un lado la indiferencia, los señalamientos a las víctimas y las justificaciones para cualquier acción, conducta o palabra violenta.Las universidades también tienen una gran responsabilidad.
En esto coinciden Florence Thomas y Lya Yaneth Fuentes, quienes además enfatizan en la importancia de incluir un enfoque de género en los planes de estudio de todas las carreras profesionales. Pero también coinciden en que las normas y las políticas no son lo más importante, ya que el trabajo principal debe hacerse sobre la cultura, y esto implica el compromiso de todos los ciudadanos y las ciudadanas. El cambio ya comenzó, pero hay que seguir impulsándolo.