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Dos antropólogos fascinados por la amazonia colombiana

Los autores de La palma y las pléyades y Desde el río de leche, Stephen y Christine Hugh-Jones, nos cuentan de su trabajo de investigación sobre los indígenas del Vaupés.

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Noticentral: ¿Por qué el título de sus libros: La palma y las pléyades y Desde el río de leche?

Christine: Desde el río de leche debe su título a que los indígenas del Pirá-Paraná y otros grupos del Vaupés piensan que sus ancestros subieron por el río Negro, desde Manaos hasta el Vaupés. Para ellos, su origen está en el río Negro, que se llama río de Leche. También tiene el significado de que la leche es el origen de la vida. Es toda una teoría sobre la reproducción del mundo, del grupo y del niño, a la misma vez.

Stephen: En cuanto a La palma y las pléyades, de la palma, los barasana hacen las flautas de yuruparí, y las pléyades es que todo el rito de iniciación es una ceremonia estacional, en el sentido de que debe hacerse en los meses de marzo o abril. Ellos saben cuándo es el tiempo de yuruparí porque las siete Marías, o sea las pléyades, se caen en el horizonte, al oeste, cuando atardece. Al mismo tiempo, para ellos, las pléyades son una mujer.

 

N.C. Para ustedes, ¿cuál es la característica esencial de sus libros y cuál el aporte a la antropología?

C.: es difícil decir cuál ha sido el aporte a la antropología, pero lo que creo de mi libro es que por primera vez alguien describió la vida de las mujeres indígenas y los lugares donde transcurre su cotidianidad de una manera dinámica. Lo que era aparente de esa experiencia de la vida de una mujer indígena es que la existencia de cada día tiene una relación con la vida espiritual. Creo que fue un análisis estructural pero con una cuestión dinámica que no había antes.

S.: Quiero referirme un poco más al libro de Cristina. Hasta cuando ella escribió su libro, casi todos los habitantes de la región amazónica vivían de la yuca brava, pero nadie había mostrado interés por esos tubérculos. Y Cristina mostró que, detrás de una cosa muy cotidiana, de preparar la comida, hay todo un sistema ritual, pero escondido, como es la parte femenina. Ese fue un descubrimiento sumamente importante, en términos de documentación de la vida de las mujeres, pero también de la significación de su cotidianidad.

Los dos libros son complementarios. El mío fue escrito primero porque, cuando regresamos de Colombia, en 1971, Cristina estaba embarazada y tuvimos una hija y después, un hijo. Entonces, era necesario que ella cuidara a los niños. Luego, reemplacé a Cristina en el cuidado de los niños.

En cuanto al aporte de mi libro a la antropología, creo que hay varios. Antes que nada es una documentación muy profunda de una de las culturas del Vaupés. Los dos libros son documentaciones muy precisas y al mismo tiempo son ensayos en diálogo con el trabajo de Levy Strauss. Después siguieron muchos otros trabajos sobre el Vaupés. El libro mío es un análisis de los ritos de yuruparí y, además, fue pionero en este sentido. Igualmente, en mi libro hago una relación entre mitología y ritual.

 

N.C. No deja de llamar la atención que unos jóvenes británicos, del primer mundo, lleguen a un pueblo aborigen del tercer mundo. ¿Qué los motivó ir a estudiar aquella comunidad del Vaupés?

S.: Yo me crié en Jamaica y quedé enamorado de los países tropicales, de sus animales y de sus plantas. Los dos tenemos muchos intereses en zoología y botánica. En mi caso, esto viene desde mi niñez. Siempre tuve la idea de irme a la selva. Cuando tenía 12 o 13 años, empecé a leer sobre la región amazónica. Entonces, cuando salí de la escuela, antes de entrar a la universidad, vine a Colombia durante nueve meses. En aquella ocasión, recorrí muchas partes del país en autoestop. Fui, incluso, al Vaupés con Malcolm Deas. Allí pasé un mes con los cubeos. A pesar de que quedé un poquito decepcionado de ellos, porque trabajaban en la explotación del caucho, en ese entonces supe que había gente en el Pirá-Paraná sin mucho contacto con el mundo blanco. Luego fui a la universidad a estudiar antropología. Cristina también estudió antropología. Con ella me conocí en la escuela. Después de que salimos, ella quiso ir a Nueva Guinea y yo, al Vaupés, pero, como yo estaba adelantado un año en los estudios, la convencí y vinimos a Colombia.

 

N.C. ¿Cómo fue la acogida de ese grupo aborigen cuando llegaron por primera vez a esa región?

C.: En primer lugar, hay grupos lingüísticos y culturales, pero no viven en grandes comunidades, sino en malocas, en casas comunales. En la región del Vaupés hay una tradición de viajeros, de nómadas. No estos indígenas no es raro ver hombres blancos, porque ya han tenido contacto con ellos. Pero el asunto está en la gente que queda, de personas que no tienen la intención de mudarse río abajo. Nosotros no nos lo podíamos explicar, pues queríamos quedarnos con ellos y aprender su lengua, pero no había personas que hablaban español...

 

N.C. En ese caso, ¿cómo establecieron la comunicación y cómo consiguieron adentrarse en esa comunidad?

S.: Con gestos, con comunicación corporal, pero rápidamente comenzamos a preguntar palabras. Fue fácil porque se podía mostrar con el dedo. También empezamos a jugar con los niños, porque los adultos se cansaron muy rápido de repetir, pero a los niños les gustaba hacer juegos lingüísticos con nosotros y nos corregíamos. Hicimos eso durante meses y meses.

C.: Finalmente, fue muy útil aprender una lengua porque en el día todo el mundo se va por la selva: las mujeres a los cultivos y los hombres a pescar o cazar y no queda nadie en la maloca. Si uno quiere aprender, tiene que acompañarlos todo el día hasta lograr su aceptación. Al estar con ellos cada día, aprendimos cosas que muchas veces los antropólogos no perciben; por ejemplo, los detalles de su cotidianidad.

S.: Sin querer tocar nuestras propias trompetas –como se dice en Inglaterra–, podemos decir que hay dos razones básicas: en que nuestros estudios fueron muy profundos y se hicieron en la lengua indígena; además, como antropología, en parte es un trabajo de traducción de conceptos. Para ello hay que conocer la lengua aborigen. La otra cosa es que, normalmente, los antropólogos no viven dentro de las casas de los indígenas; permanecen en un lugar aparte. Nosotros vivimos todo el tiempo en la maloca misma y muchos de los datos que conseguimos no vinieron de preguntar cosas a los indígenas sino de la práctica, de la vida cotidiana. De ahí procede mucho de la riqueza de nuestros datos.

 

N.C. A propósito, ¿cuánto les llevó este proceso de investigación?, ¿cómo lo desarrollaron?

C.: Llegamos a Bogotá en 1968 y pasamos dos años y medio en Colombia y en el Pirá-Paraná, en periodos de entre tres y seis meses. Viajábamos a Bogotá para comprar lo necesario para la siguiente estadía en la selva y darnos unas dos o tres semanas de descanso. También comprábamos cosas para los indígenas, porque no se puede tomar la comida de una comunidad sin darle nada cambio.

S.: Diez años después, en 1979, regresamos para estar nueve meses en la selva, casi un año en Colombia. En esta ocasión vinimos con nuestros dos hijos y más o menos hicimos lo mismo: tres o cuatro meses en la selva y luego una salida para un descanso.

 

N.C. Entre este lapso, ¿tuvieron alguna comunicación con Colombia y con aquella comunidad?

S.: Cuando regresamos de Colombia, en 1971, escribimos nuestras tesis y ambos, al final, conseguimos trabajo. En mi caso, terminé el proceso de escritura en 1974. Creo que Cristina terminó en 1976 (ella lo confirma) y los dos fueron publicados en 1979, año en que volvimos a Colombia. Ese año, Cristina decidió convertirse en médica.

 

N.C. Desde cuando se publicaron sus trabajos hasta ahora, ¿qué cambios han percibido en la comunidad que estudiaron? Además, para ustedes, ¿qué valor tenían esos libros cuando se publicaron y ahora, cuando fueron traducidos al español?

S.: Hablemos primero de los cambios. Hay unos muy evidentes: los indígenas tienen mucho más contacto con el mundo blanco; ahora están en pueblos, tienen más ropa, pueden acceder a la educación, tienen escuelas. La mayoría sabe leer y escribir.

Aunque Cristina decidió estudiar medicina, yo seguí trabajando en antropología, pero la cosa más importante para mí fue un proceso muy gradual, cambiar de hacer trabajo sobre indígenas a trabajar con indígenas. Este proceso empezó en 1984-1985, cuando vine a Colombia para asistir a dos promociones del posgrado en etnolingüística, donde tuvimos estudiantes indígenas que cursaban los programas académicos en sus propias lenguas. Fueron los indígenas mismos quienes estudiaron sus idiomas. Después, Cristina y yo regresamos en 1996, para asistir a las discusiones que se daban sobre la nueva Constitución y etnoeducación. En aquella ocasión se dieron algunas reuniones con gente del Pirá-Paraná. De ahí salió todo un plan para etnoeducación. Yo vine un año después para hacer el primer programa de formación de maestros y de líderes indígenas. Desde entonces, más que trabajar con los barasana, también comencé a trabajar con macunas, tatuyo, vará...; es decir, todos los grupos del Pirá-Paraná.

 

N.C. Hay otro aspecto que ustedes han tocado; es la relación de estos pueblos indígenas y la influencia externa que han tenido, por ejemplo, de los colonizadores o de los llamados hombres blancos, que parece que es cada vez mayor. En este sentido hay una preocupación de que estos pueblos vayan desapareciendo a raíz de esa influencia de la cultura occidental. Ustedes, como investigadores, que por tanto tiempo han estudiado estas culturas, ¿qué futuro les ven a estas comunidades?

S.: Hay dos respuestas para esa pregunta. La gente del Pirá-Paraná tiene una situación muy diferente a la de las otras regiones del Vaupés porque los misioneros llegaron muy tarde, después de unos cambios sociopolíticos en Colombia. Los indígenas del Pirá-Paraná no tienen problemas de contacto y controlan su territorio. Ellos pueden impedir (y lo hacen) el acceso de personas ajenas a su comunidad. No se puede llegar al Pirá-Paraná sin permiso de ellos. Aquí, el aspecto más importante es que antes fueron los blancos quienes les ordenaron lo que debían hacer, pero hoy en día son ellos, los indígenas, quienes deciden. Obviamente, hay tensiones entre ellos porque unos quieren ser muy tradicionales y otros desean sumergirse en la modernidad. Es muy difícil manejar la tensión entre estas dos tendencias, pero lo hacen con mucha habilidad. Hasta ahora he tenido mucha admiración por su capacidad para manejar eso que ellos llaman las dos orillas del río.

C.: No se puede negar que las cosas están cambiando mucho. Ya no hay la integración de la vida ritual y la cotidianidad como cuando vivían más aislados. Eso es verdad, pero lo que están tratando de hacer con más éxito en el Pirá-Paraná es convertir esa experiencia, ese conocimiento, en una educación más formal, como la de los blancos. Este es un experimento interesante y que tiene su éxito.

 

N.C. Para ustedes como antropólogos e investigadores, la influencia occidental en estas culturas ¿en qué los puede perjudicar y en qué los beneficiaría?

C.: Desde el punto de vista de la salud, las poblaciones están creciendo, a pesar de la emigración que se da: los niños no mueren como antes; los adultos tampoco. Para ellos, esa es una ventaja. En cuanto a lo negativo, hoy en día, las comunidades no están trabajando tanto en sus cultivos; esto los ha llevado a cambiar de dieta alimentaria. Ahora tienen una dieta menos rica y menos nutritiva. También es común que deseen elementos manufacturados, bienes industriales, etc.-¿Cómo establecieron el contacto con Guillermo Páramo, rector de la Universidad Central, cómo se conocieron?

 

N.C. ¿Cómo establecieron el contacto con Guillermo Páramo, rector de la Universidad Central, cómo se conocieron?

S.: Yo conocí a Guillermo hace mucho tiempo, cuando él viajó a Inglaterra para trabajar con Alfred Gell, un antropólogo que ya murió. Estuvo con él en la escuela. Después, hace como cuatro o cinco años, estuve en Bogotá y él me invitó a que conversáramos, porque él siempre ha tenido interés en la antropología, particularmente en los llamados cultos secretos. Guillermo Páramo lee mucho, no solamente sobre el Amazonas, también sobre Nueva Guinea, donde hay sistemas rituales parecidos. Como yo también estoy metido en ese mundo, tenemos muchos asuntos en común para discutir. Así empezamos a hablar y él me sugirió, hace algunos años, traducir nuestros libros. Para mí fue muy importante porque, de un lado, me siento apenado por no haber escrito el libro en español. Yo hablo este idioma, pero no puedo traducir un libro del inglés.

 

N.C. Precisamente de esto les quiero preguntar, ¿qué concepto les merece la traducción y la edición que de sus libros hizo la Universidad Central?

S.: Maravilloso. Todavía no hemos leído la última versión. Creo que estos libros serán muy apreciados y nosotros somos muy conscientes de que fueron muy difíciles de traducir porque son libros muy densos, escritos en una lengua inglesa muy técnica, con parentesco de estructura social, con mucha jerga antropológica y, al mismo tiempo, están llenos de regionalismos del Vaupés.

C.: Para nosotros es fabuloso, sobre todo para que la gente en Colombia y especialmente en el Vaupés pueda leer en una lengua que entienden un trabajo que se hizo sobre su región.

 

N.C. ¿Han pensado en hacer una investigación adicional para ampliar el contenido de estos libros?

S.: Yo sigo investigando cosas sobre el Vaupés y sus indígenas. Todos los trabajos que han salido después de esos libros son como el desarrollo de ciertos puntos o una autocrítica. He tomado otros aspectos porque tenemos muchísimos datos del trabajo de campo que todavía no se han publicado y que esperamos hacerlo. Hay que volver a trabajar sobre los cuadernos donde anotamos los detalles de nuestro trabajo de campo. En mi caso, he dedicado toda mi vida académica a los indígenas del Vaupés, siguiendo varias pistas: arquitectura, cocaína, chamanismo, etnoeducación, escrituras y publicaciones de estas comunidades.

 

Pedro María Mejía Villa
Coordinación de Comunicaciones
Bogotá, D.C., 01 de agosto de 2013
Imágenes Departamento de Comunicación y Publicaciones

Última actualización: 2019-05-07 12:18